Gustavo Adolfo Bécquer

                            

RIMA  LIII

Volverán las oscuras golondrinas

en tu balcón sus nidos a colgar.

y otra vez con el ala a sus cristales

jugando llamarán:

pero aquellas que el vuelo refrenaban

tu hermosura y mi dicha a contemplar,

aquellas que aprendieron nuestros nombres

ésas...¡no volverán!

Volverán las tupidas madreselvas

de tu jardín las tapias a escalar,

y otra vez a la tarde, aún más hermosas,

sus flores se abrirán;

     

pero aquellas cuajadas de rocío,

cuyas gotas mirábamos temblar

y caer, como lágrimas del día...

ésas... ¡no volverán!

Volverán del amor en tus oídos

las palabras ardientes a sonar;

tu corazón de su profundo sueño

tal vez despertará;

pero mudo y absorto y de rodillas,

como se adora a Dios ante un altar,

como yo te he querido... desengáñate:

¡así no te querrán!

RIMA  III

Sacudimiento extraño

que agita las ideas, 

como huracán que empuja

las olas en tropel;

 

murmullo que en el alma

se eleva y va creciendo,

como volcán que sordo

anuncia que va a arder:

 

deformes siluetas

de seres imposibles:

paisajes que aparecen

como al través de un tul;

 

colores que fundiéndose

remedan en el aire

los átomos del iris,

que nadan en la luz;

                                                          

ideas sin palabras,

palabras sin sentido;

cadencias que no tienen

ni ritmo ni compás;

               

memorias y deseos

de cosas que no existen;

accesos de alegría,

impulsos de llorar;

                                                                                                           

actividad nerviosa

que no halla en qué emplearse;

sin riendas que le guíe,

caballo volador;

                                   

locura que el espíritu

exalta y desfallece;

embriaguez divina

del genio creador...

                                                                         

¡Tal es la inspiración!

 

Gigante voz que el caos

ordena en el cerebro,

y entre las sombras hace

la luz aparecer:

 

brillante rienda de oro

que poderosa enfrenta

de la exaltada mente

el volador corcel;

                                                                                               

hilo de luz que en haces

hos pensamientos ata;

sol que las nubes rompe

y toca en el cenit;

 

inteligente mano

que en un collar de perlas

consigue las indóciles

palabras reunir;

                                                                   

armonioso ritmo

que con cadencia y número

las fugitivas notas

encierra en el compás;

 

cincel que el bloque muerde

la estatua modelando,

y la belleza plástica

añade al ideal;

                                                                                                

atmósfera en que giran

con orden las ideas,

cual átomos que agrupa

recóndita atracción;

 

raudal en cuyas ondas

su sed la fiebre apaga;

oasis que al espíritu

devuelve su vigor...

 

¡Tal es nuestra razón!

 

Con ambas siempre en lucha

y de ambas vencedor,

tan sólo al Genio es dado

a un yugo atar a las dos

 

RIMA IV

No digáis que agotado su tesoro,

de asuntos falta, enmudeció la lira:

podrá no haber poetas; pero siempre

habrá poesía.

 

Mientras las ondas de la luz al beso

palpiten encendidas;

mientras el sol las desgarradas nubes

de fuego y oro vista;

 

mientras el aire en su regazo lleve

perfumes y armonías;

mientras haya en el mundo primavera,

¡habrá poesía!

 

mientras la humana ciencia no descubra

las fuentes de la vida,

y en el mar o en el cielo haya un abismo

que el cálculo resista;

 

mientras la humanidad siempre avanzando

no sepa a dónde camina;

mientras haya un misterio para el hombre,

¡habrá poesía!

 

mientas se sienta que se ríe el alma

sin que los labios rían;

mientras se llore sin que llanto acuda

a nublar la pupila;

 

mientras el corazón y la cabeza

batallando prosigan;

mientras haya esperanzas y recuerdos,

¡habrá poesía!

 

Mientras haya unos ojos que reflejen

los ojos que los miran;

mientras responda el labio suspirando

al labio que suspira;

 

mientras sentirse puedan en un beso

dos almas confundidas;

mientras exista una mujer hermosa,

¡habrá poesía!

 

 

RIMA XXX

Asomaba a sus ojos una lágrima

y a mi labio una frase de perdón:

habló el orgullo y se enjugó el llanto,

y la frase en mis labios expiró,

 

Yo voy por un camino, ella por otro;

pero al pensar en nuestro mutuo amor,

yo digo aún: “Por qué callé aquel día?”

y ella dirá: “¿Por qué no lloré yo?”

 

 

RIMA  XXXIII

Es cuestión de palabras, y no obstante,

ni tú ni yo jamás,

después de lo pasado, convendremos

en quien la culpa está.

 

¡Lástima que la culpa un diccionario

no tenga donde hallar

cuándo el orgullo es simplemente orgullo

y cuándo es dignidad!

 

 

RIMA  XLII

Cuando me lo contaron sentí el frío

de una hoja de acero en las entrañas;

me apoyé contra el muro, y un instante

la conciencia perdí de dónde estaba.

 

Cayó sobre mi espíritu la noche;

en ira y en piedad se anegó el alma...

¡Y se me reveló por qué se llora,

y comprendí una vez por qué se mata.

 

Pasó la nube de dolor...con pena

logré balbucear unas palabras...

Y ¿qué había de hacer? Era un amigo.

¡Me había hecho un favor! Le di las gracias.

 

 

RIMA  XLIII

Dejé la luz a un lado, y en el borde

de la revuelta cama me senté,

mudo, sombrío, la pupila inmóvil

clavada en la pared.

 

¿Qué tiempo estuve así? No sé: al dejarme

la embriaguez horrible de dolor,

expiraba la luz,  y en mis balcones

reía el sol.

 

Ni sé tampoco en tan terribles horas

en qué pensaba o qué pasó por mí;

sólo recuerdo que lloré y maldije,

y que en aquella noche envejecí.

 

 

RIMA  XLV

En la clave del arco ruinoso

cuyas piedras el tiempo enrojeció.

obra de un cincel rudo, campeaba

el gótico blasón.

 

Penacho de su yelmo de granito,

la hiedra que colgaba en derredor

daba sombra al escudo, en que una mano

tenía un corazón.

 

A contemplarle en la desierta plaza

nos paramos los dos:

y “ése –me dijo- es el cabal emblema

de mi constante amor.”

 

¡Ay! Y es verdad lo que me dijo entonces:

verdad que el corazón

lo llevará en la mano..., en cualquier parte...

pero en el pecho, no.

 

 

RIMA  XLVII

Yo me he asomado a las profundas simas

de la tierra y del cielo,

y les he visto el fin, o con los ojos

o con el pensamiento.

 

Más, ¡ay!, de un corazón llegué al abismo

y me incliné un momento

y mi alma y mis ojos se turbaron:

¡tan hondo era y tan negro!

 

 

RIMA  L

Lo que el salvaje que con torpe mano

hace de un tronco a su capricho un dios,

y luego ante su obra se arrodilla,

eso hicimos tú y yo.

 

Dimos formas reales a un fantasma,

de la mente ridícula invención,

y hecho el ídolo ya, sacrificamos

en su altar nuestro amor.

 

 

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