Habitación 328

XI Premio de Poesía “Jaime Gil de Biedma”

 

 

PRESENCIA 


Evoco el nombre azul del mar,el grito lejano de la gaviota,
el otero brumoso, el perfumado
rumor de las acacias,
su permanencia ciega.
 
Llega la luz callada de la tarde te observo cuando vienes desde el fondo del tiempo,
descubro en tus pupilas un cuerpo diluirse,
un cuerpo de hombre hueco, y la hojarasca turbia,
el presagio latente de una dicha.
 
Nunca se agota el mar. Más allá de los pinos, detrás de la memoria, toco su escama antigua,bebo su carne húmeda, su piel salobre. 
Tu mano está poblada por bandadas de pájaros. 
 

HOGUERAS


Presencia azul, de océano. Los animales nuevos
del alba se persiguen, son muchachos que juegan
en la cal de su infancia, adentro de su edad
rutilante y desnuda; hileras de animales
(las cigarras, los grillos, élitros que confunden
las horas del estío), la voluntad latente
del mineral que duerme, las teas encendidas
como tirsos dolientes sobre la tierra áspera.

Una llaga de fuego, un golpe de ceniza
sobre la frente. Horas iguales a otras horas
en el cielo surcado por aves sin medida.

REPARTO DE SOMBRAS


Las tinieblas extienden esporas de metal
alrededor del viento, serpientes irisadas
con las fauces desiertas amenazando el alba.

Cuando pupilas mudas se acercan indefensas
abre el miedo sus cuencas insondables,
sus redes pálidas, su vegetal tristeza.
Y si unas manos llegan desnudas, sus enigmas
descubre, sus descarnadas rocas, su oscuridad
cerrada, su cuchillo de brumas. (Desconfío
del ave, de sus círculos, aparto los insectos
que ambicionan arder entre sus llamas.)

Se oculta tibio el miedo entre los huesos
(aborrece la yema que presagia la altura,
el tierno comezón que elabora los frutos).
Jamás sabrán los dedos por qué se han demorado
Separando las alas del insecto. Ahora siento 
su hielo aproximarse hasta el cristal atroz, 
y mostrarme su llaga mientras va penetrando
mi amarga anatomía, hasta ocupar mi cuerpo.

CUERPO NOMBRADO


Quiero nombrar tu cuerpo, tu oscuridad, tu lumbre,
el pecho que se inflama,
tu savia azul, el río de tus astros.

Quiero nombrar tu cuerpo, tus caminos,
el laberinto tibio, las girándulas,
el sexo umbrío, las vísceras ocultas,
esa linfa secreta que va trenzando el tiempo.

Quiero nombrar tu cuerpo, los murmullos,
los labios cuando besan o nombran otros cuerpos,
el fuego de la lengua, la humedad de la piel.
tu saliva que es áspera y amarga.

Quiero narrar tu espalda añil que delimita
con un dios impreciso, inabarcable.

 


FILOLOGÍA

He amado las palabras con mi hambre más honda,
sentí su piel de musgo muy cerca de mis labios,
su ceniza y su luz coronando mis dientes,
diluirse en mi lengua, caer hacia el profundo
abismo de mi carne. Muy lenta, y torpemente,
como a aves fugaces, perseguí las palabras.


MADRE


Abrí los párpados en medio de la noche
y tú estabas allí, insomne, aguardando
la lenta aparición, la inminente presencia
de la luz, del alba que no llega (del fuego
que regresa de una estación desierta)
 y tú estabas allí, profunda y blanca,
tendida sobre la multitud de los instantes,
apartando la turbiedad confusa de mi sueño,
labrando el tiempo firme, inmóvil, de la muerte
(la edad remota de insectos transparentes
y arroyos escondidos) con su amargura
de mano inalcanzable, de boca detenida
sobre la frente nueva, de beso que separa
el porvenir, y lo devuelve al seno de la tierra,
al estallido ciego de otra edad. Abrí los ojos
y tú estabas allí, mirándome, en medio de la muerte.

 

 

Memoria Común

 

 

 

(ÁLAMOS)

                                                             a Ángeles Dalúa

Una lluvia ancestral cae de los álamos,
convierte en breve espejo cada hoja.

Es un árbol callado que se eleva
de la raíz hasta la línea firme
de la luz, y corren sus hogueras
por la carne profunda. Y si camina
se estremece igual que una muchacha
que se alza también hacia lo incierto.
(En mis pulmones siento cómo alienta
el aire que se interna y vivifica,
la ternura de algún sexo escondido
que aguarda la belleza, el cumplimiento,
su perfecto equilibrio sobre el mundo.)

He tomado su piel, siento en la boca
la savia perfumada de los álamos.

(MUJER MÍA)

Me duele una mujer en todo el cuerpo

                                              JORGE LUIS BORGES

                                           a Teresa

 

                   1

Desnuda, blanca, de nieve,
de pan cálido, de mar, te quiero,
mujer mía, en el costado
simiente de la noche.

Ave, estela lunar,
como de dios, como de ángel.
Dánae de oro,
mujer de arcilla tierna,
(Limpia, blanca, crepuscular...)
carne, saliva y sombra.

                   2

Mujer, desnuda, blanca mía,
reguero lunar de oros
y de insomnios.
(De algas, de espadas que se incendian.)

Hembra nocturna, mujer hambrienta
de raíces,
de los tigres más dulces.
(Piernas, voces, comarcas...)

Densos senos
de materia translúcida,
mujer de días y de abismos,
donde pudiera invocar el secreto,
el solo nombre
con que incendias el mundo.

                   3

Real mujer que oculta la soñada,
en su vaivén de tierra y luz,
de vegetal y fuego, mujer
de otra mujer más honda.

Mía mujer, en el reverso
vacío de las horas.

Con los párpados heridos por la sombra,
(las raíces, los musgos, los lagartos...)

 

 

 

Mar último

 

 

 

(PIETÁ)

Retrocedemos por los caminos harapientos
de la sombra, galopamos por los acantilados
de la miseria, ansiamos polvo, áspero polvo,
y dichosos caemos hacia la masa informe
de los gérmenes. Ansiamos raíces, nosotros,
los aéreos. Amamos polvo, oscuro, untoso polvo,
el osario donde se tienden los nombres, lava
gris de la hojarasca redimida, hacia el sueño
retrocedemos con nuestros cabellos enredados
en muérdagos. De nada sirve que la luz
nos envuelva con su manto espectral,
volvemos hacia atrás, buscamos la caída a lo ignorado,
necesitados de lo informe, avarientos de vértigos.
Nada anuncian las flores del almendro, intactas
y rojizas después de la nevada, ni el seno
abierto de la mujer como un ave indefensa.
Añoramos cada estallido de la herrumbre,
cada cicatriz sobre el tronco del roble,
los cascos del caballo sobre el légamo
cuando dispersan el tiempo, el sueño
que es olvido, y esa madre auríspice
que gime desde sus vísceras abiertas
y nos llama a su sangre, a lo innombrable.

METALES

                                                  Aud materia plîngînd...

                                               (Oigo llorar a la materia...)
                                                      GEORGE BACOVIA

Me tiendo gris en los metales
cuando crecen callados en la noche
y se adensan, y recogen los breves
destellos de los astros. Siento
su filo frío que después será mar,
su lamento de hielo y muda carne,
el osario de un dios propicio, enorme
en su tiniebla, un dios que festejamos
en la señal de su venida. Escucha,
estamos en el tiempo del renuevo,
de los juncales cubiertos por rocío,
de la hiedra que escala nuestro lecho,
del animal que nos acecha, inmenso,
detrás de las pupilas, oculto en otra
existencia infranqueable y ciega.
El tiempo lento y turbio de la espora,
de los metales mansos, del mineral
cerrado que sospecha la luz, lava
que persigue la levedad del polvo.
Entonces, desde una estación remota
regresan, entre brumas, las palabras,
narraciones de hadas y de héroes,
de resinas fragantes (el incienso,
la mirra y el benjuí), y de madréporas.
Los insectos describen amplios surcos,
vueltos a lo indecible, y el granito
recupera la voz dura y siniestra
de los astros. Venero en los metales
su permanencia muda, su oscura red
de eternidad, su intacta persistencia
de dureza semejante a la luz,
su fría rigidez cuando en invierno
rozan nuestras mejillas, el triste gris
de su materia inmensa, de su abismo.

Todo se encuentra atento a la llegada
de una voz, de un dios o de un incendio.
Y la sangre del hombre perseguida
en su país de níquel, vigilante
desde dentro del sueño, abandonada
a la quietud, aguardando otro ver,
un despertar distinto, otras pupilas
de facetas omnívoras, un nuevo
respirar... (Los círculos voraces,
la persistencia cerrada de los nombres.)
Esperan mirar de nuevo el mundo.

Comprendo a los metales, comparto su destino
tan parecido al mío, su existencia sin mácula.

(Toco su corazón, su savia detenida
cuando logra la forma del crepúsculo.)
Cristales indefensos que se quiebran
bajo la luz del alba, (tantos siglos
gestándose, poblados de simientes).

Me agrada abandonarme a ellos, acariciarlos
apretando mi mano contra su piel exacta,
en su luz de reflejos, de semillas y aristas.
Metal que es tiempo denso y generoso,
agua limpia para la sed del hombre.